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Bajo el título “Comunidad y prácticas disruptivas en ámbitos socioeducativos. Generando redes
de transformación”, el VII Ciclo de Experiencias contra la Marginación Social tiene previsto
celebrarse durante los días 16 y 17 de mayo de 2024, en las instalaciones de la Facultad de
Ciencias de la Educación y del Contenedor Cultural de la Universidad de Málaga. Organizado
por el Grupo de Investigación ProCIE (HUM619), en el marco de dos proyectos I+D, el
propósito fundamental del mismo es acercar a la universidad distintas experiencias que se están
llevando a cabo en el campo de la acción social y educativa, desde un enfoque crítico, con la
intención de crear espacios permeables de encuentro, interacción, debate, reflexión y trabajo
conjunto. 
En esta edición, el eje vertebrador del debate serán las prácticas disruptivas en contextos
socioeducativos para la creación de redes de colaboración, debido a la relevancia y
actualidad del tema. Consideramos que, con la creciente digitalización y diversificación de los
entornos educativos, la exploración de prácticas disruptivas se vuelve imprescindible para
adaptarse a las demandas cambiantes de la sociedad y preparar a los y las estudiantes para un
mundo en constante evolución, pero también para desafiar las normas tradicionales y abrir el
camino hacia una educación más equitativa y transformadora.
El concepto de “educación disruptiva” es uno de los términos pedagógicos que está cobrando
mayor fuerza en los últimos años. Sin embargo, se considera también como uno de los más
difusos debido a la enorme ambigüedad y complejidad que entraña. Hay quien entiende la
disrupción en educación como algo que se debe evitar a toda costa, o solucionar en el mejor de
los casos, ya que la tendencia general es asociar la disrupción con la molestia o la incomodidad
que supone la interrupción constante de los procedimientos de enseñanza habituales en las
aulas. Por otra parte, hay quien habla de educación disruptiva para referirse a las posibilidades
que se derivan de la, prácticamente inevitable, digitalización de los contextos formativos y del
uso —a veces, desmedido— de la tecnología en centros educativos. Sin embargo, existe otra
manera alternativa de aproximarnos al concepto: las prácticas disruptivas son también aquellas
que destacan por su potencialidad para abordar la educación desde una perspectiva más humana
e integral, dando cabida a experiencias de crecimiento personal y colectivo que trascienden los
aspectos meramente curriculares, y contribuyen a crear comunidades de aprendizaje con
capacidad de transformación social. Esa es la visión con la que nos sentimos más identificados y
desde la que nos reconocemos como educadores y educadoras.
Desde esta mirada, cuando hablamos de disrupción educativa nos referimos a la puesta en
marcha de procesos colaborativos y contrahegemónicos que tienen el propósito de promover
cambios sustanciales en las metodologías, la organización escolar y las relaciones pedagógicas
mediante la democratización, el reconocimiento y la valoración de aquellas culturas y colectivos
que, tradicionalmente, han quedado excluidos de la educación formal por ser considerados
subalternos. Así pues, defendemos la dimensión participativa, transformadora y crítica que
encierra lo disruptivo y apostamos por dinámicas que contribuyan a la construcción de otras
maneras de entender la educación. 

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